Mientras Nicolás Maduro comienza un tercer mandato en Venezuela en medio de la controversia por la falta de registros detallados que respalden su victoria electoral, Donald Trump se prepara para asumir la presidencia de Estados Unidos por segunda vez. El ascenso de Trump al poder promete abrir un nuevo capítulo en la relación entre ambos países, históricamente marcada por tensiones y actitudes encontradas.
Aunque algunos analistas creen que Trump continuará con su política de «máxima presión» contra el régimen de Maduro, otros creen que podría adoptar un enfoque más pragmático y buscar acuerdos que beneficien los intereses de ambas naciones. La incógnita permanece, y la dirección de esta relación dependerá de las decisiones que tome Trump después de su toma de posesión.
La semana pasada, mientras miles de venezolanos protestaban por la toma de posesión de Maduro, Trump escribió un mensaje en las redes sociales reconociendo al oponente Edmundo González Urrutia como el «presidente electo» de Venezuela. Además, exigió garantías para la seguridad de González y de la líder opositora María Corina Machado. El gesto refuerza la posición de ignorar a Maduro como líder legítimo, pero deja abiertas interrogantes sobre la estrategia de Trump en su segundo mandato.
Un primer período marcado por sanciones y enfrentamientos
Las relaciones entre Washington y Caracas se deterioraron significativamente durante el primer mandato de Trump (2017-2021). Aunque las sanciones contra funcionarios venezolanos comenzaron ya bajo la administración de Barack Obama en 2015, fue Trump quien intensificó las medidas económicas contra el régimen de Maduro.
En 2017, su gobierno prohibió a los bancos estadounidenses comprar bonos emitidos por el gobierno venezolano y Petróleos de Venezuela (Pdvsa), la petrolera estatal. Las transacciones con bonos existentes del sector público venezolano también han sido limitadas, lo que ha aumentado la presión financiera sobre el régimen.
La situación empeoró en 2019 tras unas elecciones presidenciales ampliamente criticadas por la comunidad internacional y calificadas de «farsa» por el entonces secretario de Estado, Mike Pompeo. Washington reconoció a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela e impuso sanciones adicionales a PDVSA, suspendiendo los vuelos comerciales entre ambos países.
Maduro respondió cortando relaciones diplomáticas y dando a los funcionarios estadounidenses 72 horas para abandonar el país. Desde entonces, la Embajada de Estados Unidos en Venezuela cerró sus puertas y las operaciones diplomáticas se trasladaron a Bogotá, Colombia, con la creación de la Unidad de Asuntos Venezolanos.
El dilema de Trump en su segundo mandato
Trump enfrentará un difícil desafío en su política hacia Venezuela cuando regrese al poder. Aunque ya reconoció a Edmundo González como presidente electo, queda por ver si optará por mantener una línea dura similar a la de su primer mandato o buscará un enfoque más transaccional, como han sugerido algunos expertos.
Maduro, por su parte, expresó interés en mejorar las relaciones bilaterales. Tras la victoria electoral de Trump, el líder venezolano dijo que estaba listo para un «nuevo comienzo». Durante un programa en la televisión estatal VTV, afirmó:
“Este es un nuevo comienzo para nosotros, apostando por el beneficio mutuo. Bien hecho a Estados Unidos, bien hecho a Venezuela, y siempre abogamos por un bien hecho en América Latina y el Caribe”.
Michael Shifter, experto en política internacional y profesor de la Universidad de Georgetown, cree que Trump podría explorar acuerdos con Maduro de manera más pragmática.
«La política dura del primer mandato fue un fracaso y él lo sabe», dijo Shifter. “Creo que podría buscar acuerdos específicos, como el acuerdo migratorio que permite la deportación de venezolanos que están en Estados Unidos ilegalmente, y presentarlo como un éxito. A cambio, Maduro podría obtener un alivio de las sanciones o nuevas inversiones.
Pero el nombramiento de figuras como Marco Rubio como secretario de Estado sugiere que Trump podría mantener una postura más confrontativa. Rubio ha sido un feroz crítico del régimen de Maduro, a quien ha calificado de «criminal» que utiliza el narcotráfico como arma contra Estados Unidos. En 2022, Rubio pidió a Interpol que emitiera una alerta roja por la captura de Maduro, y en 2024 calificó las elecciones venezolanas de «fraude».
Un equipo dividido entre el pragmatismo y la máxima presión
La composición del equipo de Trump parece reflejar un equilibrio entre quienes favorecen un enfoque transaccional y quienes abogan por mantener presión sobre Maduro. Figuras como Mauricio Claver-Carone y Christopher Landau, artífices de la política de “máxima presión” de 2019, vuelven a destacar en la administración.
Benigno Alarcón, director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello, cree que hay poco margen para que Trump cambie su postura sobre Venezuela sin contradecir su retórica anterior.
«Basado en sus declaraciones y las personas que lo rodean, es difícil para mí imaginar a Trump tratando de hacer las paces con Maduro», dijo Alarcón. «Aunque su primer mandato no haya dado los resultados esperados, no creo que eso le lleve a adoptar una política que contradiga su discurso».
Alarcón también advirtió que cualquier acuerdo que fortalezca a Maduro podría ser contraproducente:
«La raíz de la emigración venezolana es el propio Maduro. Mejorar su poder no resolverá el problema».
¿Qué esperar en los próximos años?
Con la toma de posesión de Trump programada para el 20 de enero, las decisiones que tome en los primeros meses de su segundo mandato serán cruciales para determinar el rumbo de las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela.
Por un lado, Trump podría mantener su retórica dura, apoyada por figuras como Rubio, y continuar con sanciones y medidas restrictivas. Por otro lado, podría optar por un enfoque más transaccional y buscar acuerdos que le permitan mostrar resultados concretos en temas como la migración o el comercio.
Parece claro que independientemente del camino elegido, las tensiones entre ambos países seguirán siendo un tema central en la política internacional. Trump tendrá que equilibrar las expectativas de su base política en Estados Unidos con la realidad de Venezuela que enfrenta una crisis humanitaria y económica sin precedentes.
Mientras tanto, Maduro buscará consolidar su posición interna y proyectar una imagen de apertura al diálogo, incluso cuando las perspectivas de un acercamiento real entre los dos líderes siguen siendo inciertas. Con una historia de confrontación y profundas diferencias ideológicas, cualquier cambio en la relación entre Washington y Caracas requerirá concesiones difíciles de ambas partes.
El futuro de esta relación estará marcado por decisiones estratégicas que podrían definir no sólo el rumbo de Venezuela, sino también el papel de Estados Unidos en América Latina en los años venideros.