El distrito valenciano de Nou Campanar, que surgió muy rápidamente hacia el cambio de sede al oeste de Valencia, se presentaba en aquel momento como una zona de guerra. “¡Para atrás!”, gritó un policía nacional a la multitud de curiosos que miraban las llamas que tardaron horas en reducir a los famosos de una enorme residencia inmueble en la avenida del Maestro Rodrigo. “Sigan hasta la esquina”, insiste el agente. Décadas de personas tienen fotos y vídeos con sus teléfonos móviles. La zona está llena de momentos de arduo trabajo. Una gran columna de humo es arrastrada por el viento hacia el noreste. De vez en cuando se escucha una pequeña explosión, como de petardos, que acentúa la sensación de una caída siniestra. El incendio se produjo sobre las 17.30 y sobre las 21.00, se produjo el caos, el ambiente y la sensación de estar frente a un horror difícil de calibrar.
“Hay víctimas, ¿hay muertos?, la pregunta se repite periódicamente entre los corrillos de gente, a modo de calambre. Nadie está seguro de nada. Pasada la mediana, se confirmará que existen, al menos, cuatro fallas además de 19 fallas, y las que son familiares no se pueden localizar. El edificio tenía 138 viviendas, en una de las cuales residían 450 personas. Juan Luis López, director de la escuela de ballet Ecuahey, que está ubicada en una de las calles del edificio, contempla las llamas con otros vecinos, y manifiesta una extrañeza compartida con otros observadores. “No podemos oír que en el año 2024 un nuevo edificio se convierta en tal. Soy muy fuerte con toda la tecnología que tenemos y todo lo que hemos creado. Esta es una tragedia de enorme calibre. La mejor manera de escuchar esto en los años 80, pero no ahora. Parezco algo de ficción. Espero que todos construyan mejor de una manera diferente”. “A las cinco de la tarde”, añadió, “cuando vimos que empezaban, pensó en vender los bombarderos y los apagarían enseguida, y mira cómo está”, dijo tres horas después de iniciar el incendio.
“Estoy bien, sí, y mi casa también”, dice Elena, una estudiante murciana que vive un poco más abajo en la avenida Maestro Rodrigo y, como muchos otros barrios, acude toda la noche a recibir mensajes y llama mientras la espera. estar bien. . “Entré a la clase incendiaria y vine a ver qué pasaba. “Le pasaron muchas cosas viendo el incendio de mi casa, y al final ya no estaba solo aquí, cercado, y se cayó aquí”, comenta.
Tampoco compró un viaje a la casa de Francisco Tortajada, un excontratista de la construcción, quien se dirige a uno de los controles políticos con una máscara blanca. “Hizo la Vuelta hoy y hace 81 años, algo así, no vio a cualquiera. Parece una caldera”.
Leticia, de 35 años, le lleva dos bolsos pequeños al hombre en la calle Luis Buñuel, frente a un bar llamado A la Pierre. Ya es de noche y acaba de salir de casa. Viva lo inmutable en las llamas. Tienes los ojos rojos y estás informado. “Aquí ve la ventana del edificio. Y yo, él puede tener un grito. En un minuto hay algo que es bastante difícil de hacer, hay pasajes de calle a calle. Hay muchas cosas por venir y tuve un momento en el que parecía que el fuego estaba llegando a nuestra casa”. Leticia está a punto de gloria, pero agrega: “Lo lindo, entre las chicas, que está acostumbrada, es que se tomó el tiempo de reconocer a los niños del colegio. Si voy a la hora de la siesta…”.
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Una mujer con su hija de 12 años, pero también con un bolso de hombre, se dirige a Leticia:
-Lo haremos, sí. Estamos más tranquilos.
-Nosotros también nuestros vamos. Esto es lo que experimento en mi vida. Y no, lo escucho. Es difícil hacer algo en un caso como ese. Pero el principio solía tener una proporción en la que estaba todo lleno de bomberos, y no tiraban agua-, se desprecia.
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